martes, 12 de agosto de 2014

RECUERDOS MARAVILLOSOS DEL CENTRAL HERSHEY

DE JOYA A PLASTA DE ...


Vista del Central Hershey cuando era una joya.
Soy de San Antonio de Río Blanco, pero el Central Hershey marcó  mi vida, tanto como como marcó el desarrollo de mi pueblo.
Recuerdo de niño que el tren cañero, tirado por aquellas enormes locomotoras de vapor, pasaba a unos escasos 50 metros de mi casa. A veces por las madrugadas, con los pitazos y las campanadas me despertaba asustado, cuando al pasar cargados con las cañas de los chuchos de San Antonio, Lotería y el Carmen, se acercaban a atravesar la Calle Real, junto a la bodega de Tomás el chino.
Por el día corríamos a la línea a “jalar” cañas de los vagones que pasaban bastante lentos. Cogíamos ricas cañas cristalinas, especiales y alguna que otra “piojota” (POJ) y luego a pelarlas o sacarles el jugo en algún trapiche casero.
Con mucha nostalgia recuerdo aquel silbato de notas muy bajas  (el pito de Hershey) “UUUUUUUUUUUUUUUUUUHHH” varias
veces al día, siempre puntual en cada cambio de turno, al igual que el pito de los trenes de pasajeros que llevaban y traían los trabajadores de SA y Jaruco. El tren era el reloj de mi madre. Si me quedaba remoloneando en la cama y no me levantaba para vender los periódicos, me decía “Levántate que ya sonó el pito del tren de las siete y veinte”. Mi padre trabajaba de peón de Vías y Obras del ferrocarril y terminaba de trabajar a las cuatro de la tarde. Como el barracón donde guardaban las herramientas y la cigüeña estaba cerca de mi casa, llegaba todos los días a la cuatro y diez o las y cuarto, si algún día se demoraba por alguna razón y pasaba de las cuatro y veinte, mi madre decía “¿Qué pasará que ya pitó el tren de las cuatro y veinte y Joseito no ha llegado?” La puntualidad era un orgullo de los ferroviarios.
Cuando el viento estaba del Norte en tiempo de zafra, nos traía un olor dulzón a melado de caña, pero además una nieve negra, las cenizas del bagazo que quemaban en las calderas. Entonces las mujeres se berreaban porque las sábanas blancas y la ropa tendida en los patios se llenaba de aquel bagacillo negro, que se les pegaba si la ropa estaba mojada.
Tren antiguo de la línea Hershey-Jaruco
Me gustaba coger el tren (el único eléctrico existente en Cuba) en la estación de la calle del Cementerio, también llamada oficialmente Ivo Fernández (pocos saben en SA quien es el tal Ivo Fdez.) o la calle de la estación. El viaje duraba unos diez a doce minutos.
 El tren travesaba la calle Real, pasaba por el Conde, La Mercedes, Loma de Travieso, El Comino, la fábrica de henequén y paraba  junto a la carpintería, en el Chucho 3. Allí el conductor se bajaba y llamaba por un teléfono de manigueta, para que le dieran vía hasta la estación Calle 12, donde llegaba después de pasar por el patio del central y junto a unos tanques elevados que olían y destilaban un fuerte y sabroso olor a melado o miel de purga.
Allí, muy juntas estaban las entradas al central y a la planta eléctrica. Nunca visite la planta en mi niñez, sólo una vez ya por los años 80, buscando a ver si existía y quedaba algúna pieza de repuesto para las turbinas de vapor General Electric, que aun funcionaban en la Papelera de Cárdenas.
Puedo no recordar todos los pasos del proceso de producción del azúcar, los nombres de los equipos y de las personas que nos llevaban y nos guiaban en las excursiones y visitas que hicimos, pero las imágenes, los olores y el ruido de todo aquel proceso, los revivo en mi memoria sin ninguna dificultad incluso los sabores del guarapo, del melado o del azúcar Candy que nos brindaban.
La visita al Central era una fiesta. Íbamos de excursión y en esa puerta de que hablé había un guardajurado (que así se llamaba entonces) vestido con el mismo uniforme de la Policía Nacional. Pasábamos y donde primero nos llevaban era a los basculadores.
¡Qué espectáculo¡ Allí en unas plataformas basculantes, se ataban los carros de caña con cadenas, se inclinaban y unos trabajadores abrían las puertas laterales  y con unos ganchos largos, ayudaban a que la caña cayera en un canal donde había unas cuchillas rotatorias, que las cortaba en pedazos. En la punta de aquellos canales colgaban unos potentes electroimanes, que extraían cualquier pedazo de hierro que pudiera venir mezclado con la caña. Sobre estos se contaba una anécdota, que en una oportunidad, alguien queriendo sabotear la producción del Central, puso en algún vagón de caña un enorme trozo de hierro forrado de goma, los electroimanes eran tan potentes, que lo extrajeron y lo mantuvieron pegado hasta que pararon el basculador y lo retiraron.
 Molino de un central (el de Hershey era mayor)
La principal atracción y también la mayor impresión, nos le llevábamos en el tándem de los molinos. Allí entraba un río de cañas troceadas que caían entre unas inmensas mazas de hierro, que las trituraban y le extraían el jugo y le añadian agua a cada paso. No recuerdo cuantos pares de aquellas enormes masas trituraban la caña, hasta convertirla en bagazo. 
Por un costado de aquella monumental maquinaria, había un tubo por donde salía un chorro de guarapo. En un jarro grande de aluminio y a través de una malla muy tupida, lo colaban y luego nos brindaban, que aunque algo caliente, era muy agradable al paladar.
El guarapo pasaba a los clarificadores donde le vertían unos sacos de cal. Luego el jugo mucho más claro, pasaba a cuatro evaporadores,  donde se le extraía el agua, quedando como una especie de jarabe más denso (melado), que pasaba a los tachos. Por el camino se le agregaban algunos reactivos y se sacaban muestras para los laboratorios.
Asi se veían los cristales de
azúcar candy que cogíamos
en los tachos.
Recuerdo bien los tachos, mi abuelo trabajó muchos años en ellos de puntista. ¿Qué es eso de puntista?, pues es un obrero con suficiente experiencia para saber cuándo la templa que  está en el tacho, tiene la densidad y ha cristalizado lo suficiente como para pasar a la otra etapa del proceso. Recuerdo que los tachos tenían un tubito que al sacarlo traía una muestra del jarabe o masa que se estaba cocinando, el puntista la cogía entre sus dedos índice y pulgar y decidía si ya era tiempo de vaciar el tacho y mandar la templa a las centrífugas. Hoy me imagino que todo ese proceso esté automatizado (Bueno, no en Cuba, que ya casi no quedan centrales y mucho menos con tecnología punta). También allí en algún rincón que se acumulaban restos de aquella masa líquida, podían extraerse grandes cristales de azúcar Candy.
Aquella pasta o masa extraída de los tachos, pasaba a las centrífugas, unos enormes cilindros de acero níquel, donde se separaba los cristales de azúcar de la miel. Luego por algún lado en unas esteras, salía el azúcar prieta y por otro la cachaza, que tenía un olor bastante fuerte y desagradable.
El azúcar era transportada a unos enormes embudos, debajo de los cuales se colocaban los sacos de yute, que se llenaban con 220 libras (100 kg) de aquel dulce producto que era orgullo nacional. Las bocas de los sacos eran cosidas en una máquina con un hilo grueso, luego eran volteados y otras esteras los sacaban de la nave y conducían a los almacenes, donde eran esperados por los estibadores, que los iban colocando en tongas cada vez más altas, hasta llegar casi al techo de aquellos grandes almacenes.
La visita a la casa de calderas no siempre era permitida, creo que pude pasar por
Estado actual de la Casa de Calderas.
ella sólo un par de veces, de las muchas que visité el Central. Era una nave enorme donde había un montón de calderas que quemaban el bagazo de la caña, para producir el vapor y la energía suficiente para hacer funcionar aquel coloso. Estaban conectadas a dos de las tres torres del Central y a dos chimeneas má pequeñas por el lado norte, estas eran las responsables de aquella nevada persistente, del negro bagacillo que inundaba el batey del Central y en ocasiones, como dije, llegaba a mi pueblo. Había allí un calor y un ruido infernales, siempre con un ir y venir de obreros, que no recuerdo ni sabía en qué se ocupaban.
La siguiente visita y una de las más interesantes era a la refinería.
A la refinería transportaban los sacos de 220 libras de azúcar prieta. Junto a una especie de enorme batidora eran descocidos en un plis-plas y su contenido vertido en ellas.
Nota curiosa: El hilo resultante del descocido de los sacos, eran unas hebras de un largo apróximado de dos metros, que salían enteras y que el operario iba tirando en un montón, de ahí eran repartidas entre los obreros que quisieran llevar. En mi casa siempre había un mazacote de ese hilo, que yo empataba y utilizaba para empinar papalotes y mi madre, entre otras cosas, para amarrar los tamales.
Yo me preguntaba: ¿Para qué ensacan el azúcar a menos de 100 metros de este lugar, para luego descoser el saco y diluir el azúcar?, ¿No es mejor transportar el azúcar directamente y así se ahorran el trabajo de ensacarla, el cosido y el descosido?
Saco de lino blanco en los que
se envasaba el azúcar refino.
La respuesta muy clara me la dio un guía muy avezado en el oficio, que me explicó: “No toda el azúcar que produce el Central se refina, mucha de la que se ensaca se vende o exporta en esos envases, otra parte a granel sale por el puerto de Matanzas y una gran parte se almacena y se refina durante el denominado tiempo muerto, pues la refinería no tiene la capacidad de refinar toda el azúcar cruda a la velocidad con que se produce. Por otra parte aquí también se refina el azúcar producido en otros centrales, de acuerdo con la demanda nacional o internacional que exista”. ¡Elemental Watson¡
Bueno el proceso del refinado no lo recuerdo, sólo que disolvían el azúcar prieta y le agregaban un montón de productos y la volvían a centrifugar y salía blanca.
Pero lo que si jamás se me olvidará, es la máquina que envasaba el azúcar refino en cartuchos de 2 libras y luego, 25 de estos cartuchos en un saco de papel, de tamaño tal, que los 25 cartuchos cabían exactamente en 5 hileras de a 5.
Aquella máquina automática de tecnología punta, (recuérdese que estoy hablando de finales de la década de los cincuenta del siglo XX) estaba pintada de un azul celeste como el de la bandera.
Asi era el cartucho de 2 lbs de azúcar
La leyenda decía: AZÚCAR REFINO
HERSHEY.  Hershey Sugar Co.
 El azúcar llegaba a un embudo, a la punta del cual unas pinzas abrían y colocaban un cartucho de papel  doble. El cartucho se fijaba al embudo por medio de unas abrazaderas que se cerraban, seguidamente, el embudo dosificaba dos libras exactas de azúcar dentro del cartucho que caía en una estera algo más ancha, que lo hacía avanzar hasta una especie de medio circulo que giraba de izquierda a derecha y cerraba un lateral. El cartucho seguía avanzando y esta vez otro medio círculo con un giro inverso, doblaba la parte del otro costado del cartucho, que continuaba avanzando , hasta que otro medio círculo, esta vez de atrás hacia, delante doblaba la parte trasera del cartucho sobre los laterales y le untaba pegamento. Quedaba levantada sólo la parte delantera que entraba en una guía que la doblaba hasta  quedar  el cartucho cerrado y aprisionado en su parte superior por otra estera, que  forzaba el pegado y cierre hermético del cartucho.
Este nuestro cartucho caía acostado y llegaba a una parte ancha donde era detenido,  hasta que se completaran los 25. Luego una especie de rastrillo empujaba los 25 cartuchos que entraban en una bolsa grande de papel, que un operario ya había fijado con otras abrazaderas,  transversalmente a la estera.
Hasta aquí, si no se ha aburrido tratando, con mi relato, de descifrar como era el proceso de envasado, le parecerá interesante, pero para mí lo más interesante era, que habían 5 de aquellos enbudos realizando la misma función a la vez, uno detrás de otro. Yo me pasaba tremendo rato maravillado mirando aquella máquina y esperando a que al cartucho, que caía del primer embudo y tenía que pasar por debajo de cuatro más, le cayera otro encima o que la parte de la máquina de cerrar y pegar no diera a abasto con tanto cartucho… Nunca pasó nada de eso.
La  máquina envasadora no aguantó ni el primer round de socialismo. Ya en 1962 cuando asistíamos a la Secundaria Básica y nos dejaban visitar el central, siempre en compañía de milicianos metralleta checa en mano,  aquella maravilla de la ingeniería estaba ya jubilada, porque faltaban piezas o no había papel o pegamento o etc., etc., etc. El ya de sobra conocido infierno comunista.
Vista actual del Central Hershey convertido
 en una plasta de...

¿Qué queda de Hershey? Sólo el nombre que no han podido borrar, a pesar de habérselo cambiado por el de Camilo Cienfuegos. Ruinas y más ruinas como las que existen a todo lo largo y ancho de aquella isla otrora paradisiaca, que los caprichos de dos viejos, ya cagalistrosos, han convertido en un infierno.
En otra ocasión volveré a tratar sobre este tema, hay mucha tela por donde cortar.