lunes, 14 de enero de 2013


EL PARQUE DE SAN ANTONIO DE RIO BLANCO.

La inmensa mayoría de los pueblos y villas fundados por los colonizadores españoles en Cuba, poseen las mismas características: Una plaza (a veces llamada batey) como centro, alrededor de la cual se iba expandiendo el pueblo con la edificación de nuevas viviendas y locales comerciales. Invariablemente esa plaza se construía junto al camino principal, que luego se transformaba en la “Calle Real” y detrás de ella no podía nunca faltar la iglesia católica, bajo la advocación de algún santo o acontecimiento sagrado, que se convertía en el patrón del pueblo, en ocasiones dándole nombre.

Es el caso de San Antonio de Río Blanco, fundado el 13 de junio de un año que aún no he podido determinar, pero que analizando algunos documentos encontrados, deduzco que debió ser a mediados del siglo XVI.  Por esa razón la iglesia, originalmente de madera, fue consagrada al patrocinio de San Antonio de Padua.

Croquis de la zona del parque en 1959.
En aquella antigua plaza que ocupa una pequeña manzana trapezoidal, se construyó un parque, también en fecha indeterminada, en cuya parte central se levantaba una glorieta,  desde donde partían aceras en forma de radios, hacia los centros y esquinas del trapecio  de no más de cincuenta metros en cada uno de  sus lados, que estaba también circundado por una ancha acera.

La glorieta era una plataforma circular a la que se  accedía por tres peldaños, sobre la que se levantaban ocho columnas jónicas, unidas en su parte superior por un ancho arquitrabe que en su tiempo sostenía un techo cónico, del cual en la década de los cincuenta, sólo quedaban las viguetas que soportaron la cubierta, unidas en el vértice del cono.

En esa década aquella glorieta servía de escenario a un sinnúmero de actividades culturales, lúdicas o políticas que se realizaban con bastante asiduidad en el pueblo y a las que acudía la mayoría de sus habitantes en busca de un rato de diversión y esparcimiento.

Antiguo parque de San Antonio
Frecuentemente se tocaban  retretas  amenizadas por  la Banda Municipal de Jaruco, la de los bomberos de Güines o  alguna otra agrupación musical de las poblaciones cercanas.  En otras ocasiones bardos locales e invitados ponían la nota guajira con sus controversias y canciones, que  acompañaban con los instrumentos tradicionales de la música campesina.

Esporádicamente la glorieta era ocupada por artistas populares, magos, malabaristas, etc., que actuaban espontáneamente y luego pasaban el sombrero con la socorrida frase de “coopere con el artista cubano”. 

También era utilizada de plataforma para los mítines de los políticos, que arengaban pidiendo el voto para sus partidos y siempre dejaban la promesa de la construcción de las aceras y el acueducto que tanto necesitaba el pueblo, promesa que nunca cumplían.  De estos recuerdo a Panchito el alcalde de Jaruco y a Clavelito, postulado para Representante a la Cámara cuya presencia causó un gran revuelo en el pueblo.

El parque siempre fue el centro de nuestros juegos infantiles, sobre todo a los escondidos y a los pelotazos, juego que consistía en tirarnos mutuamente una pelota confeccionada con la parte exterior de las cajetillas de cigarrillos, dentro de la cual generalmente poníamos una piedra, para que fuera más fuerte el impacto y que doliera más.

Los domingos los vecinos vestidos con sus mejores galas, es decir “endomingados”, salían en busca de un rato de esparcimiento. Entonces el parque se llenaba de parejas o grupos de familiares y amigos que simplemente iban a conversar o a tomar fresco, rompiendo así con la rutina diaria.  Esta era la principal excusa de los jóvenes que iban en busca del ligue.  

El parque de San Antonio en 2010
En esos días los limpiabotas cercanos, Paíto, Manengue, Manelo y Miñe, no paraban de limpiar zapatos hasta cerca de las nueve de la noche. Pepe el chino hacía la zafra en su puesto de fritas, Juancito con la guarapera al igual que los heladeros de Hatuey y Guarina, los maniceros y algún que otro vendedor ambulante. En los bares de Estrada, Molina, Fernando y Pua los borrachos hacían girar sin parar en las vitrolas, los discos con los boleros de moda, mientras que en el Liceo se proyectaban las películas de turno.

(Continúa)