DE JOYA A PLASTA DE ...
Vista del Central Hershey cuando era una joya. |
Soy de San Antonio de Río Blanco, pero el Central Hershey marcó mi vida, tanto como como marcó el desarrollo de mi pueblo.
Recuerdo de niño que el tren cañero, tirado
por aquellas enormes locomotoras de vapor, pasaba a unos escasos 50 metros de
mi casa. A veces por las madrugadas, con los pitazos y las campanadas me
despertaba asustado, cuando al pasar cargados con las cañas de los chuchos de
San Antonio, Lotería y el Carmen, se acercaban a atravesar la Calle Real, junto
a la bodega de Tomás el chino.
Por el día corríamos a la línea a “jalar”
cañas de los vagones que pasaban bastante lentos. Cogíamos ricas cañas
cristalinas, especiales y alguna que otra “piojota” (POJ) y luego a pelarlas o
sacarles el jugo en algún trapiche casero.
Con mucha nostalgia recuerdo aquel silbato
de notas muy bajas (el pito de Hershey) “UUUUUUUUUUUUUUUUUUHHH”
varias
veces al día, siempre puntual en cada cambio de turno, al igual que el
pito de los trenes de pasajeros que llevaban y traían los trabajadores de SA y
Jaruco. El tren era el reloj de mi madre. Si me quedaba remoloneando en la cama
y no me levantaba para vender los periódicos, me decía “Levántate que ya sonó
el pito del tren de las siete y veinte”. Mi padre trabajaba de peón de Vías y
Obras del ferrocarril y terminaba de trabajar a las cuatro de la tarde. Como el
barracón donde guardaban las herramientas y la cigüeña estaba cerca de mi casa,
llegaba todos los días a la cuatro y diez o las y cuarto, si algún día se
demoraba por alguna razón y pasaba de las cuatro y veinte, mi madre decía “¿Qué
pasará que ya pitó el tren de las cuatro y veinte y Joseito no ha llegado?” La
puntualidad era un orgullo de los ferroviarios.
Cuando el viento estaba del Norte en
tiempo de zafra, nos traía un olor dulzón a melado de caña, pero además una
nieve negra, las cenizas del bagazo que quemaban en las calderas. Entonces las
mujeres se berreaban porque las sábanas blancas y la ropa tendida en los patios
se llenaba de aquel bagacillo negro, que se les pegaba si la ropa estaba
mojada.
Tren antiguo de la línea Hershey-Jaruco |
El tren travesaba la calle Real, pasaba por el Conde, La
Mercedes, Loma de Travieso, El Comino, la fábrica de henequén y paraba junto a la carpintería, en el Chucho 3. Allí
el conductor se bajaba y llamaba por un teléfono de manigueta, para que le
dieran vía hasta la estación Calle 12, donde llegaba después de pasar por el patio del
central y junto a unos tanques elevados que olían y destilaban un fuerte y
sabroso olor a melado o miel de purga.
Allí, muy juntas estaban las entradas al
central y a la planta eléctrica. Nunca visite la planta en mi niñez, sólo una
vez ya por los años 80, buscando a ver si existía y quedaba algúna pieza de repuesto para
las turbinas de vapor General Electric, que aun funcionaban en la Papelera de
Cárdenas.
Puedo no recordar todos los pasos del
proceso de producción del azúcar, los nombres de los equipos y de las personas
que nos llevaban y nos guiaban en las excursiones y visitas que hicimos, pero
las imágenes, los olores y el ruido de todo aquel proceso, los revivo en mi memoria
sin ninguna dificultad incluso los sabores del guarapo, del melado o del azúcar
Candy que nos brindaban.
La visita al Central era una fiesta. Íbamos
de excursión y en esa puerta de que hablé había un guardajurado (que así se
llamaba entonces) vestido con el mismo uniforme de la Policía Nacional. Pasábamos
y donde primero nos llevaban era a los basculadores.
¡Qué espectáculo¡ Allí en unas plataformas
basculantes, se ataban los carros de caña con cadenas, se inclinaban y unos
trabajadores abrían las puertas laterales y con unos ganchos largos, ayudaban a que la
caña cayera en un canal donde había unas cuchillas rotatorias, que las
cortaba en pedazos. En la punta de aquellos canales colgaban unos potentes
electroimanes, que extraían cualquier pedazo de hierro que pudiera venir mezclado
con la caña. Sobre estos se contaba una anécdota, que en una oportunidad,
alguien queriendo sabotear la producción del Central, puso en algún vagón de
caña un enorme trozo de hierro forrado de goma, los electroimanes eran tan potentes, que lo
extrajeron y lo mantuvieron pegado hasta que pararon el basculador y lo
retiraron.
Molino de un central (el de Hershey era mayor) |
Por un
costado de aquella monumental maquinaria, había un tubo por donde salía un
chorro de guarapo. En un jarro grande de aluminio y a través de una malla muy tupida,
lo colaban y luego nos brindaban, que aunque algo caliente, era muy agradable
al paladar.
El guarapo pasaba a los clarificadores
donde le vertían unos sacos de cal. Luego el jugo mucho más claro, pasaba a
cuatro evaporadores, donde se le extraía
el agua, quedando como una especie de jarabe más denso (melado), que pasaba a
los tachos. Por el camino se le agregaban algunos reactivos y se sacaban
muestras para los laboratorios.
Asi se veían los cristales de azúcar candy que cogíamos en los tachos. |
Aquella pasta o masa extraída de los
tachos, pasaba a las centrífugas, unos enormes cilindros de acero níquel, donde
se separaba los cristales de azúcar de la miel. Luego por algún lado en unas
esteras, salía el azúcar prieta y por otro la cachaza, que tenía un olor
bastante fuerte y desagradable.
El azúcar era transportada a unos enormes
embudos, debajo de los cuales se colocaban los sacos de yute, que se llenaban
con 220 libras (100 kg) de aquel dulce producto que era orgullo nacional. Las
bocas de los sacos eran cosidas en una máquina con un hilo grueso, luego eran
volteados y otras esteras los sacaban de la nave y conducían a los almacenes,
donde eran esperados por los estibadores, que los iban colocando en tongas cada
vez más altas, hasta llegar casi al techo de aquellos grandes almacenes.
La visita a la casa de calderas no siempre
era permitida, creo que pude pasar por
ella sólo un par de veces, de las muchas
que visité el Central. Era una nave enorme donde había un montón de calderas
que quemaban el bagazo de la caña, para producir el vapor y la energía
suficiente para hacer funcionar aquel coloso. Estaban conectadas a dos de las
tres torres del Central y a dos chimeneas má pequeñas por el lado norte, estas eran
las responsables de aquella nevada persistente, del negro bagacillo que
inundaba el batey del Central y en ocasiones, como dije, llegaba a mi pueblo. Había
allí un calor y un ruido infernales, siempre con un ir y venir de obreros, que
no recuerdo ni sabía en qué se ocupaban.
Estado actual de la Casa de Calderas. |
La siguiente visita y una de las más
interesantes era a la refinería.
A la refinería transportaban los sacos de
220 libras de azúcar prieta. Junto a una especie de enorme batidora eran
descocidos en un plis-plas y su contenido vertido en ellas.
Nota curiosa: El hilo resultante del
descocido de los sacos, eran unas hebras de un largo apróximado de dos metros, que
salían enteras y que el operario iba tirando en un montón, de ahí eran
repartidas entre los obreros que quisieran llevar. En mi casa siempre había un
mazacote de ese hilo, que yo empataba y utilizaba para empinar papalotes y mi
madre, entre otras cosas, para amarrar los tamales.
Yo me preguntaba: ¿Para qué ensacan el
azúcar a menos de 100 metros de este lugar, para luego descoser el saco y
diluir el azúcar?, ¿No es mejor transportar el azúcar directamente y así se ahorran
el trabajo de ensacarla, el cosido y el descosido?
Saco de lino blanco en los que se envasaba el azúcar refino. |
Bueno el proceso del refinado no lo
recuerdo, sólo que disolvían el azúcar prieta y le agregaban un montón de
productos y la volvían a centrifugar y salía blanca.
Pero lo que si jamás se me olvidará, es la
máquina que envasaba el azúcar refino en cartuchos de 2 libras y luego, 25 de
estos cartuchos en un saco de papel, de tamaño tal, que los 25 cartuchos cabían
exactamente en 5 hileras de a 5.
Aquella máquina automática de tecnología
punta, (recuérdese que estoy hablando de finales de la década de los cincuenta
del siglo XX) estaba pintada de un azul celeste como el de la bandera.
Asi era el cartucho de 2 lbs de azúcar La leyenda decía: AZÚCAR REFINO HERSHEY. Hershey Sugar Co. |
Este nuestro cartucho caía acostado y
llegaba a una parte ancha donde era detenido, hasta que se completaran los 25. Luego una
especie de rastrillo empujaba los 25 cartuchos que entraban en una bolsa grande
de papel, que un operario ya había fijado con otras abrazaderas, transversalmente a la estera.
Hasta aquí, si no se ha aburrido tratando, con mi relato, de descifrar como era el proceso de
envasado, le parecerá interesante, pero para mí lo más interesante era, que
habían 5 de aquellos enbudos realizando la misma función a la vez, uno detrás de
otro. Yo me pasaba tremendo rato maravillado mirando aquella máquina y
esperando a que al cartucho, que caía del primer embudo y tenía que pasar por
debajo de cuatro más, le cayera otro encima o que la parte de la máquina de cerrar y
pegar no diera a abasto con tanto cartucho… Nunca pasó nada de eso.
La máquina envasadora no aguantó ni el primer
round de socialismo. Ya en 1962 cuando asistíamos a la Secundaria Básica y nos
dejaban visitar el central, siempre en compañía de milicianos metralleta checa
en mano, aquella maravilla de la
ingeniería estaba ya jubilada, porque faltaban piezas o no había papel o
pegamento o etc., etc., etc. El ya de sobra conocido infierno comunista.
Vista actual del Central Hershey convertido en una plasta de... |
¿Qué queda de Hershey? Sólo el nombre que
no han podido borrar, a pesar de habérselo cambiado por el de Camilo
Cienfuegos. Ruinas y más ruinas como las que existen a todo lo largo y ancho de
aquella isla otrora paradisiaca, que los caprichos de dos viejos, ya
cagalistrosos, han convertido en un infierno.
En otra ocasión volveré a tratar sobre este tema, hay mucha tela por donde cortar.
En otra ocasión volveré a tratar sobre este tema, hay mucha tela por donde cortar.